13/10/09

Soto

Jazmín G. Rodríguez

Ahí están fuertes, erguidos,
llevan años, siglos de pie, ¿qué
historias no sabrán?, generaciones han
visto nacer, crecer, morir, tantas como
las mismas hojas que en ellos hay.
Los puedes ver a lo lejos, forman
murallas, espesuras verdes donde te
pierdes, troncos fuertes, te han visto
deambular, te conocen bien, has
dejado huellas que ellos, saben leer. Te
han abrazado cuando a su lado te has
sentado, son tus ojos, son tu corazón,
son latidos que te alimentan, fruto de
la vida que olvidaste.
No conocen el tiempo, ellos son el
tiempo.
Infinidad de formas, cientos de
nombres pero son lo mismo, son raíces
profundas, son el refugio a tus
sollozos, la sombra que te ampara al
albor.
Araucaria de mi alma, llanto de resina,
gotitas de dolor, de tu piña tierna, me
alojo sin temor, fruto maduro me
echas a tus pies desnudo con los
huesos infligidos, macérame en tu
acíbar y púrgame de esta pesadumbre.
Tus pies se hunden en la tierra bañada
por el sol, es el fango de años
perennes, del ir y venir.
Sumerge tus pies a la orilla del río, te
sientas y te vez en la cúspide del árbol
más alto, reflejo invertido de quien te
observa.
Tu mano se posa a ras del espejo, lo
puedes tocar, lo puedes sentir, tus
yemas se humedecen, tocas lo
inaccesible, una rama, una hoja, el
fruto más alto a tu alcancé, cierras el
puño y coges.
De tu palma se escurre el espejo, son
tus dedos presionando tu propio puño,
pero es tuyo, no lo puedes ver, lo
sientes, en tu mano lo tienes. ¿Y dónde
está?
Bañas tus pies, que descasan sobre
piedras de río, tu tronco descansa
sobre otro, el aire se entretiene
despeinándote, levanta la hojarasca en
pequeños remolinos de tierra y agua,
un céfiro te envuelve, caricia de
ternura, respiras humedad, se te pega a
la piel trocitos de corteza con sabor a
canela.
Desprende la tea de mi cuerpo e
ilumina tu sombra.
Que el crepúsculo asoma y bordea la
oscuridad.
Soy tu guardián en todos los tiempos,
miras hacia arriba y no ves, son las
nubes esmeralda de mis ramas, que
han hecho más negro las alturas.
Árbol, mis raíces tu llanto anegado en
estrecho sendero se refleja la luna, ya
no hay formas ni color, ha caído ya.
El silencio se rompe, un croar largo te
estremece a golpe de varas el crujir a
las llene, golpes de viento a mis
brazos, son sonidos que no conoces
y te hacen encoger el alma, hilo de
sudor de tu frente corre hasta tus
huellas, unas órbitas escarlata
detienen tus pasos, su eco te
sobresalta, te observa, no se mueve,
lechuza impertinente quita tus ojos
de susto.
Escuchas tu sangre correr, el aliento
se te escapa, tu mano me hace sentir,
tu sudor esta frío como la noche,
respiras y la calma llena tus
pulmones.

Jazmín Garay Rodríguez Valquiria. Fotógrafa, Forma parte entre otros, de los talleres literarios del Faro de
Oriente, además de colaborar en la presente revista, como parte del consejo Editorial

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